
Después de meses de fricción, este martes 1° de julio se concretó como un acto cuidadosamente calculado: Cristina Fernández de Kirchner llamó a Gildo Insfrán para felicitarlo –no por amistad, sino por su reciente triunfo electoral– y proyectar “que esto es solo el inicio” de una renovación peronista.
La llamada rompe el hielo, pero más que cerrar heridas, reabre la conversación por poder. Se dice que “la relación llevaba meses congelada” y la felicitación sale tras “varios episodios de discusión”; no fue una conexión espontánea, sino una señal calculada en clave nacional.
Hace unos minutos me comuniqué con el compañero gobernador @insfran_gildo para felicitarlo por el excelente resultado del peronismo en la elección de Convencionales Constituyentes y de legisladores provinciales. Un abrazo grande a todos los formoseños y formoseñas.
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) June 30, 2025
Insfrán nunca avaló la postulación de Cristina como titular del PJ en octubre pasado, y su ausencia fue el primer golpe. Desde entonces, el formoseño operó desde un perfil duro: cuestionó la conducción del justicialismo, acusó a CFK de “reinar, no conducir”, y detuvo el Congreso nacional del PJ. Ahora, el gesto es un ajuste táctico, no una señal política nueva.
La conversación también dejó un contraste evidente: hablan de victoria, de Santa Fe y Formosa, y de que el peronismo se recompone. Pero el eje no es la unidad, sino la disputa por cuotas de poder, influencia territorial y control interno antes de 2027.
Este deshielo no tapa la grieta: no hay gesto de reconciliación real, solo un intento de CFK por reactivar su base y decir “aún estoy presente” ante el avance de Milei. El peronismo revive, sí, pero por cálculo político, no por convicción compartida.